Ayer me comentaba un amigo que tras haberlo probado todo en la vida, ninguna otra cosa, ni las drogas, ni el alcohol, ni el tabaco, ni la guerra, ni la envidia, ni la avaricia puede destruir a un hombre de la forma que puede hacerlo una mujer.
Claro. El problema es que una vez que superas una adicción, te concentras en dejarla aparcada de tu vida, pero... en el amor no basta con eso. Puedes llegar a olvidar a una mujer, pero lo que sentiste con ella no es tan fácil de dejar pasar. Cuando uno ha tenido la seguridad de amar, de ser muy capaz de dejarlo todo, de firmar un contrato de por vida, de poner cara a sus futuros hijos... las comparaciones son odiosas, sí, pero inevitables..
Y a partir de ese momento comienza la búsqueda más antigua de la humanidad, mucho más que la del Santo Grial o las Tablas de Moisés... y mucho más difícil. El clavo que saque al otro clavo, que a su vez es aquel al que nos agarramos ardiendo, ardiendo de ansiedad.
No llegará tan fácilmente porque... no se, eso quitaría magia al anterior, ¿no? Confiemos en que llegará, quizá mañana. Y romperá todo lo que toque
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